Simón y el Hipopótamo

Una tarde, la tarde del hipopótamo en el cielo, fue la tarde en que Rafael Núñez se suicido. Un pie delante del otro. El camino parece no terminar, aún falta. Simón camina, la espalda duele de venir cargando un bulto cuyo fin se limita a hacer más incomodo el camino. Uno, dos, tres...así van los segundos corriendo esa gran carrera que es el tiempo. Simón se distrae viendo el cielo, que de momento esta decorado con un gran hipopótamo que parece tener la boca abierta, él sabe que en realidad es sólo una gran masa que según sus movimientos y el viento se transforma a cada paso. Caminando sin pensar, no esta acostumbrado a hacerlo, después de todo ¿Quién puede? Las únicas ideas que le llegan a la mente son tan efímeras que ni siquiera es posible ahondar en ellas. Las cosas en casa no están bien, no se puede estar bien con cinco hermanos, una madre herida y un padre ausente. La escuela, es sólo una distracción, un lugar que pretende explicar un mundo que jamás habrá de conocer. Así son las cosas aquí, ya ni siquiera tristes, hace ya mucho tiempo que la tristeza se marcho, fue la primera que se harto y escapo a hurtadillas por la noche, ser triste es algo que ya no esta en su rutina.

La última vez que Simón había revisado su mundo, que había usado esa cosa que se llama conciencia para entender lo que ocurría a su alrededor, fue en su cumpleaños número siete. Cuando su padre le dijo que no podría entrar al ejercito, después de todo no hay cuatro ojos en el ejercito, no soldado raso con gafas, no teniente con gafas, y mucho menos general con gafas. Según le cuenta el recuerdo fue tanta la frustración que pensó sería mejor tirarse a un pozo, pararse en el borde, mirar fijamente la oscuridad que produce el fondo, imaginar lo que había adentro, abrir los brazos y dejarse caer, esperando que la caída le despeinara los cabellos y dar ese último suspiro que se da cuando se esta a punto de recibir un golpe. No era casualidad que ese fuera el recuerdo que lo había acompañado por años, pues tiempo después descubrió que aquella charla con su padre era resultado de una de las tantas borracheras que acostumbraba acomodarse. Igual hubiera sido bueno lanzarse a un pozo, dar vueltas en espiral y sonreír, sonreírle a la muerte. La belleza tiene la costumbre de sacar sonrisas y Simón tenía la costumbre de no sonreír.

Ese día, el día del hipopótamo en el cielo, el hipopótamo con la boca abierta le dio a Simón una razón para sonreír a solas, a escondidas, en secreto. Un pie delante del otro, una y otra vez, segundo con segundo, Simón viene caminando, con el mismo ritmo con el que va a casa o a la escuela, con el mismo ritmo con el que viene de casa o de la escuela. Uno, dos, tres, pie izquierdo, pie derecho, pie izquierdo, pie derecho, un chicle en el piso, un pequeño y audaz brinco para no pisarlo, ahora pie derecho, pie izquierdo, de nuevo pie izquierdo, pie derecho. Simón va, o Simón viene, a lo lejos la mancha sigue creciendo, y algunos puntos específicos son más grandes que minutos atrás. Simón tararea “Q-u-i-s-i-e-r-a r-e-i-r q-u-i-s-i-e-r-a l-l-o-r-a-r, del sentimiento". Un recuerdo viene a la mente, el recuerdo de Alicia, Simón siempre esta observando a Alicia, con meditada distancia, y la ama en sus movimientos, la ama entre risas y en especial entre esos besos que le planta a Román. “Q-u-i-s-i-e-r-a r-e-i-r q-u-i-s-i-e-r-a l-l-o-r-a-r, del sentimiento” Alicia, un suspiro, el hipopótamo en el cielo, no hay suspiro, mueve el cuello y el ritmo sigue, pie izquierdo, pie derecho. Alicia, otro suspiro y de nuevo darse cuenta lo difícil que es dejar de amarla. Alicia y su gusto por los chocolates, seguro más de tres al día. Alicia y su simpatía para cortar el queso que venden en la tienda de su hermana, Alicia y sus zapatos negros que lustra siempre, zapatos que brillan, brillan con el sol y con la noche. Alicia en el jardín comprando un helado, se ensucia, ¿Por qué se ensucia?, tan hermosa, tan lejana a este mundo plano. Alicia tiene un par de amigas, caminando juntas como si fueran tres notas, una de ellas particularmente desafinada. Alicia, su piel ha de saber a caramelo, y su lengua, lengua tibia.

Simón sigue caminando, todavía falta rato, levanta la mirada, el hipopótamo sigue ahí, pero ahora tiene la boca cerrada, parece no cansarse de flotar en el cielo, un hipopótamo en el cielo en medio de la ciudad. Simón tiene el rostro entumido, y sigue caminando, la espalda cansada y pocas ganas de todo. El hipopótamo se mueve, y Simón con él. Tan sólo dos pasos adelante se empieza a delinear el puente que divide su camino, su referencia exacta de la mitad. El puente, un puente en el que pasan y pasan lo carros, carros que no ven al hipopótamo, y Simón sigue caminando. Ahora Rafael Núñez sobre el puente, viendo los coches ir y venir, dos rojos, un azul, tres taxis, un camión. Rafael Núñez parado sobre el puente viendo los coches. Y Simón se acerca, un paso, dos pasos, pie izquierdo, pie derecho, Rafael Núñez voltea, despacio, con cuidado, pensando en ya me voy. Parece que entre gritos, motores y tanto ruido la ciudad canta el adiós a un soldado. Los puentes el nuevo paredón, Rafael Núñez parado, ha de ser fusilado por mí, y Simón lo ve, lo reconoce y le intriga poco. Rafael Núñez voltea, ve a Simón, y levanta la mano derecha, si la derecha, y la mueve suave, con cuidado, de un lado a otro, dejando pasar el aire entre sus dedos. Simón no entiende, pero también levanta la mano, también la derecha y la mueve casi estática, y entre Simón y Rafael Núñez cinco metros de distancia, y ni un solo pensamiento.

Uno, dos, Rafael Núñez suelta una sonrisa, pues ha de ver la belleza que le prometí si se lanzaba, y Simón lo ve caer, cae en espiral, tal cual había imaginado que sería si se hubiera lanzado al pozo. Ahora llegan los sonidos, los que se producen cuando un soldado se lanza del paredón, y Simón corre. Ahora Rafael Núñez ya no esta sobre el puente, ahora esta acostado, como un bebe sobre el piso y un par de coches casi estacionados junto a él. Rafael Núñez ha muerto, y con él se lleva a Simón. Ese es el nuevo recuerdo de Simón, el que le hará usar esa cosa que se llama conciencia, ya no Alicia piel sabor caramelo y seguramente no el hipopótamo que abre y cierra la boca, sino un hombre llamado Rafael Núñez que esta acostado en el piso y se parece más a un bebe. Se supone difícil la situación, un hombre se ha lanzado del puente, el puente que le representa la mitad del camino a Simón. Su mitad ha quedado manchada con la sangre de Rafael Núñez. La gente corriendo, los coches se detienen y Simón observa con paciencia. Se para en posición de firmes y le da a Rafael Núñez un adiós digno de un soldado, un adiós que usa un saludo militar, la mano derecha golpea rígidamente la frente de Simón, en la imaginación todo en la imaginación. Pues Simón se quedo parado arriba del puente viendo el cuerpo de Rafael Núñez, sintió como la sangre se movía sin sentido de arriba a abajo, de derecha a izquierda, deteniéndose en el estómago y el impacto no se va, al contrario crece. Rafael Núñez no era un soldado, era sencillamente un hombre que había decidido quitarse la vida, y Simón un muchacho cualquiera, que iba o venía.

Sirenas, las bocinas de los coches, gritos, caras de horror; llega la policía, llega una ambulancia, llega mucha gente y Simón sigue parado sobre el puente, viendo a Rafael Núñez. Poco después llega el velorio, con rosarios, con café, uno que otro llanto y susurros bailando por todo el salón. Las preguntas, salen y salen, no se detienen, parece una gran reunión de interrogantes. - ¿Cómo puede ser posible?; -¿En qué estaría pensando?, mira que lanzarse de un puente. -Su Madre, pobre mujer, perder a su hijo de esta manera. Cuando alguien muere, lo único que no puede evitarse son las hipótesis, relacionadas con la muerte, y después otra gran cantidad de teorías acerca de lo que viene tras esa muerte. Se habla de lo frágil que es la vida, se habla de aprovecharla, se habla de lo bueno que era el difunto, y todos creen haber tenido algo especial con él, todos tuvieron alguna participación crucial en su vida. (Nadie ha contemplado la posibilidad de que un escritor necesitaba que Rafael Núñez se suicidara para darle sentido a un cuento).

Fue inevitable que se corriera el rumor de que Simón había visto a Rafael Núñez segundos antes de su salto en espiral, y que se habían dado un ligero adiós con la mano derecha. De pronto sin que nadie lo entendiera la vida de Simón había cambiado, era el único del barrio que había visto morir a alguien. ¿Cómo es eso?, ¿Cómo es ver la muerte?, Todos querían un poco de ese día, querían un poco del día del hipopótamo en el cielo. Nadie pensaba en dios, en la vida después de la vida, en las razones para suicidarse, ahora todos estaban enamorados de una interrogante, ¿Cómo es ver morir a alguien? La muerte, todo lleva miles de años muriendo y nadie lo comprende. La gente muere, los animales mueren, las estrellas mueren, el amor muere, los recuerdos mueren, el hipopótamo en el cielo también muere. ¿Quién no se lo ha cuestionado aunque sea una vez? Nadie quiere esperar hasta morir para entenderlo, antes, es necesario entenderlo antes. Y Simón era el único de todos los presentes que lo había visto, nadie se cuestionaba si lo había entendido, sólo querían un poco de esa respuesta, un pedazo de la muerte de Rafael Núñez. Al principio Simón pensó que había visto un evento intimo, privado, seguramente más privado que el nacimiento, es el momento de la partida, del adiós al todo, y no quería divulgar algo que no le correspondía, no quería ser el que había revelado un secreto, no quería ser el traidor. Los soldados no traicionan, tienen honor, los soldados son discretos, guardan secretos de crímenes de guerra, guardan secretos de Estado, un soldado sabe callar. Hay que preservar la paz, no se debe divulgar información clasificada. Simón sabía que había sido un intruso en la muerte de Rafael Núñez, sabía que era el invitado incomodo, y se negaba a hacer uso de su suerte para hacer migas con los curiosos. Pensaba, esperen, tengan paciencia, ya llegara su turno, ya lo entenderán, todos vamos a morir.

El tiempo paso, y los meses se fueron, y Simón sufrió una inevitable transformación, dejo de ser Simón, Simón el que va y viene. Ahora en el barrio era el que había visto morir a Rafael Núñez. Ese fue el regalo de Rafael Núñez, mató a Simón en vida, le dio un poco de su muerte, le mostró un poco de lo que es estar muerto y seguir entre los vivos, entre la gente que va y que viene, que habla y escucha, que entiende y discute. Simón, nadie sabía quién era Simón. -Mira quién viene. -¿Quién es? -Es el que vio morir a Rafael Núñez. -Ah, ¿Es él? Y como soldado de honor que era Simón, tuvo que aceptar con dignidad que una infinidad de preguntas y frases le fueran arrebatadas. Tuvo que acostumbrarse a canjear un - Buenos días Simón- por el - Oye, ¿Tú eres el que vio morir a Rafael Núñez?, y cedió con parsimonia el - ¿Cómo te ha ido Simón?, por un -¿Cómo es ver morir a alguien? En algunas ocasiones Simón se encogía, guardaba los brazos entre su pecho, otras tantas suspiraba. Y cansado del mismo reflejo opto por innovar en sus reacciones, su favorita era abrir mucho los ojos, como diciendo -No tengas miedo asómate, si tienes cuidado puedes verlo por ti mismo- Pero nadie entendía, todos querían palabras, descripciones, una explicación. Y Simón no cedía, seguía en lo mismo. En más de una ocasión su silencio era inadmisible, y debía responder al ataque, como los soldados, sentado en una silla, con los pies atados y el rostro sangrante.        –Responda Soldado, ¡¿Dónde esta su cuartel?!- Así era, –Anda Simón, cuéntanos, ¿Qué sentiste al verlo caer por el puente? Y Simón guardaba silencio, aguantaba la tortura, no flaqueaba.

Por la misma razón por la que no respondía, nunca le habló a nadie del hipopótamo, nunca contó que había habido otro testigo de la muerte de Rafael Núñez. ¿Un hipopótamo?, ¿Dónde se encuentra ese hipopótamo? Quizá hay un mundo en el que viven todas las criaturas que se forman con las nubes. Y probablemente en ese mundo el hipopótamo esta sufriendo lo mismo que sufre Simón, quizá la silla que algún niño vio en la carretera esta parada junto al hipopótamo que abre y cierra la boca, diciéndole, –Anda hipopótamo de boca cambiante, dime, ¿Cómo es ver morir a alguien?-, y seguramente el hipopótamo cierra la boca y no dice nada.

Uno, dos, tres...el tiempo sigue corriendo, temeroso de que algo lo alcance, no se detiene, nadie ha logrado convencerlo de que vaya más despacio. Sigue su ritmo, destruyendo, corriendo agitado, casi sin respirar. Y entre el paso del tiempo, y el silencio de Simón, la gente se fue olvidando de Rafael Núñez, fueron olvidando que alguna vez hubo un ser humano llamado Rafael Núñez, que había decidido lanzarse por un puente y terminar como un bebe en el piso. Olvidaron que era alguien que había vivido, que había caminado por las mismas calles que ellos caminan, olvidaron que comía, respiraba, odiaba. Pero no olvidaron que había un joven que había dejado de ser Simón para convertirse en -El que había visto morir a Rafael Núñez- Extraña mancuerna que habían formado esos dos, una mezcla morbosa entre un vivo y un muerto. Ya ninguno existía sin el otro, Rafael Núñez era el mártir que había dejado de existir para abrirle paso al hombre que había visto la muerte, y no hablaba de ella. Ahora la cosa era así - Rafael Núñez era el hombre que se había tirado del puente, y que había dejado que alguien lo viera- ¿Quién?-, -Ese el que vio morir a Rafael Núñez-. Cansado de su nueva forma, cansado de ser la simbiosis de un suicida, Simón decidió revelar todo acerca de la tarde del hipopótamo que abría y cerraba la boca. Era momento de ordenar las ideas y revelar la gran interrogante de la muerte, este soldado había decidido recuperar su identidad. Quería ser de nuevo Simón, el que va y viene, Simón el que mira a la distancia a Alicia piel sabor caramelo. Había resuelto contar todo, todo excepto lo del hipopótamo, no deseaba inmiscuirlo en semejante escándalo. Simón sabía que más de un curioso buscaría entre sueños, en el cielo al hipopótamo para tratar de corroborar la versión que Simón haría pública.

Pero Simón no había reparado en lo ambicioso de su proyecto, ¿Cómo explicar la muerte?, es algo que se tiene que ver, no es sencillo explicarla con claridad, y una ejemplificación era algo descartado de ante mano. Pobre Simón estaba atrapado en su propio secreto, era un prisionero de guerra, esa sensación que lo hacía sonreír a oscuras, ese evento que acariciaba a solas lo estaba consumiendo. ¿Cómo explicas la muerte? Lo difícil de esto es que la gente no esperaba escuchar la versión de Simón, a nadie le interesaba su interpretación, ellos quería hechos, querían una verdad absoluta. Y Simón estaba seguro que más de uno habría de refutarle su explicación, y probablemente dudarían de su historia y lo calificarían de ventajoso, creerían que invento todo para regalarse un poco de popularidad, y dirían - Sabes, creo que el que vio morir a Rafael Núñez lo inventó todo- Terrible situación, incluso ahora él dudaba de haberlo visto, pensaba que quizá era una mezcla entre la alegría del hipopótamo y su anhelo de haberse lanzado por aquel pozo. Sería mejor no decir nada, mejor callar y seguir deambulando sin identidad, mejor sacrificar la identidad que el honor.

Pero, siempre hay un pero, y en este cuento se llama Alicia. Ella sabia que Simón o el que había visto morir a Rafael Núñez la amaba, sabía que la amaba en la distancia. El amor o la insinuación del amor puede significar la derrota de un soldado, y Simón lo sabía, sabía que Alicia podía ser el arma secreta del enemigo, ella era la única que lo podía hacer hablar. Simón deseaba ser el chocolate que Alicia comía, deseaba que se ensuciara de él. Alicia se acerca y se lleva las manos al cabello, con una sonrisa que hace temblar al secreto de Simón. Amor, el amor mañoso, que abre la boca y te hace pensar que puedes hablar en ella, hablar de boca a boca, como enamorados, reírse dentro de Alicia, besar su piel sabor caramelo y compartirle un poco de ese recuerdo que acaricia por las noches.

Pero Alicia no lo veía de esa forma, para ella Simón era un misterio, un soldado con honor, y ella deseaba ser la causa de su perdición. Deseaba ser Alicia, la que hizo hablar a Simón, el que vio morir a Rafael Núñez. Hermoso juego el de la vida, los secretos y el amor, hermoso, pues Alicia piel caramelo y Simón el que vio morir a Rafael Núñez terminaron desnudos en una cama, alumbrados por una vela agotada. Alicia pasa sus manos por la cabeza de Simón, preparando el terreno para su invasión. Y Simón sin pensar en el hipopótamo ensucia a Alicia, se cree chocolate, mete las manos por la piel caramelizada de Alicia. De momento no pensaba en el hipopótamo, él solo deseaba abrir la boca al mismo tiempo que Alicia, y verla como mojaba sus labios. Simón la ve, y la ama, ya no en la distancia meditada, ahora en la cercanía arbitraría, mareado por el aroma a caramelo, hipnotizado por los dedos pegajosos de Alicia. Uno, dos tres...Alicia pregunta. -Oye (Hace una pausa muy larga) ¿Cómo es ver morir a Alguien? Simón se da cuenta que no es caramelo lo que tiene en el cuerpo, es una telaraña, esta pegajoso, no se puede despegar, -Alicia, araña de ocho patas-.

Simón aunque es soldado de honor, sabe que es un ser humano susceptible al veneno de las arañas, y voltea al techo como buscando al hipopótamo, quiere verlo para preguntarle si su respuesta va a ser correcta, quiere saber si él opina lo mismo. Simón suspira, y voltea de nuevo hacía Alicia, que le sonríe sin mostrar los dientes y que le muestra que no es una araña, que si es caramelo lo que lo mantiene unido a ella. Simón sabe que en cuanto revele su secreto, ya no será el único que entienda como fue ese lapso. Ese lapso, entre el hipopótamo que abre y cierra la boca y un hombre en posición de bebe acostado en el piso debajo de un puente. Y dice: - Es, es (Hace una pausa corta, como de seis segundos)... es como cuando se apaga un foco-.